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El rondo no engaña

Jugadores y entrenadores con pasado azulgrana explican la huella que les dejó la Masia y la atracción que despierta el estilo Barça en el extranjero

El mundo se ha ido convenciendo. Ante cada éxito teñido de azulgrana, ante cada momento de un juego singular, vivo, de este sello tan particular. Había la certeza de que el balón viajaba más rápido por el aire, pero la historia ha terminado enseñando que transita más seguro por tierra, de compañero a compañero, de bota a bota, a través de un tejido de pases que ha contagiado al planeta. Un tic-tac que suena en Barcelona desde hace años, cuando Johan Cruyff y Charly Rexach pusieron una semilla que hoy es un bosque. Un dogma protegido desde la propia ciudad y anhelado fuera de esta, una receta tan simple como las premisas del Flaco, aquel “si tú tienes el balón, no lo tiene el contrario”, pero asimismo tan complicada. Un ecosistema único.

El pase es la herramienta básica sobre la que comienza a tejerse el fútbol del Barça, y el rondo se ha convertido en un icono de una manera de entender el juego. Un ejercicio básico y elemental, pero también muy arraigado a la raíz. “Recuerdo que cuando llegué al Swansea y Roberto Martínez nos hacía hacer rondos, la gran diversión que tenían ellos era crear complicaciones al compañero con alguna pasada defectuosa. Los primeros días me iba a casa destrozado”, recuerda entre risas Andrea Orlandi, que hoy vive en Italia después de haber pasado por el Reino Unido y por Chipre, pero que nunca podrá olvidar los dos años que estuvo en el filial del Barça (2005-2007). “Allí donde voy me preguntan por el Club, por la manera de trabajar, llama mucho la atención el universo Barça”.

“A mí también me pasó en Bélgica. A Juan Carlos Garrido le gustaba empezar el entrenamiento con rondos y para ellos la gracia era conseguir que el compañero se acabara metiendo dentro”, rememora Víctor Vázquez, que entró en la Masia siendo un niño y la abandonó ya con voz grave en 2011 rumbo a Brujas. Desde entonces ha vivido en Bélgica, en Ciudad de México y ahora en Canadá, en Toronto, un viaje suficiente para haber podido apreciar los contrastes del fútbol que se concibe en la Masia y lo que espera lejos de ésta. “Cuando me fui del Barça tuve que aprender una manera diferente de jugar. Lo pasé mal al principio, el primer año en Brujas me costó muchísimo porque todo era mucho más físico. Intentábamos jugar, pero cuando un defensa fallaba o cuando el portero no estaba fino con los pies se buscaba más el pelotazo”. Y en este contexto el mediapunta barcelonés, forjado junto a Cesc, Piqué y Messi, se sentía desamparado.

“Para nuestra mentalidad, claro, no es nada gracioso. Siempre acabas viviendo experiencias de este tipo porque lo que se llama cultura futbolística pesa mucho y el entorno de Barcelona no lo encontrarás fuera”, reconoce el técnico Albert Capellas, ahora asistente de Peter Bosz en el Borussia Dortmund, que en su paso por Holanda (Vitesse) pudo saborear una mentalidad más próxima a sus orígenes, pero que en Dinamarca le tocó lidiar con una tradición cercana al fútbol británico y alejada del Barça. “A veces cuando vuelvo a Barcelona me pongo Barça TV para ver el Alevín y alucino. No sé cómo lo hacen, si los clonan o qué. Mi mujer me dice que estoy loco viendo partidos de niños, pero me parece increíble ver como todos juegan de la misma manera”, confiesa Orlandi. “Es como que por venir de allí esperan algo diferente”, confirma Vázquez. “A mí lo que más me conmovió de la Masia al llegar es que todos los jugadores sabían hacer de todo. Despejar una pelota de determinada manera podía considerarse una herejía. Todo estaba muy interiorizado y llegar a este nivel de aceptación es muy complicado”, añade Orlandi. “Sobre todo es que la manera de jugar que tiene el Club es atrayente, y cuando te diviertes interiorizas mucho mejor los conceptos. Esto lo viví en el Barça pero va más allá del Barça, me parece un concepto de vida, para cualquier trabajo”, opina el técnico Sergio Lobera desde la India, con ocho años en el fútbol base del Club.

Atracción, método y tradición

“Lo que yo había crecido haciendo en Barcelona era muy diferente. Pasábamos gran parte de una hora y media de entrenamiento trabajando pasadas, haciendo ejercicios de posición, rondos... Se trabaja muchísimo la técnica, te convencen de que el mejor ataque es tener el balón. Te dicen que te muevas, que des una alternativa al compañero, nadie olvida que la que verdaderamente tiene que correr es la pelota. No he visto nada igual fuera de la Masia”, asegura Vázquez. Y a pesar de la creciente admiración por la receta en muchos rincones del planeta, los que conocen los dos lados de la frontera coinciden. “El Barça tiene un poder de atracción enorme y cuando eres capaz de captar al mejor y desarrollarlo de la mejor manera posible, el potencial es incalculable”. “Y, además, hace muchos años que trabajan esta idea, tienen mucha experiencia”, interviene Albert Capellas.

“Ya desde el inicio del proceso se tiene muy claro el tipo de jugador que necesita el Club para cada demarcación en el campo. En general deben ser chicos con un nivel técnico muy alto y, además, que piensen rápido, pero para cada posición hay características clave”. El mediocentro, por ejemplo, un papel emblemático en el Club, reclama visión periférica, capacidad para perfilar de manera muy determinada y habilidad para filtrar pases entre líneas en el momento que lo reclama la jugada. “Y esta identidad tan marcada está por encima del poder o de la influencia de un solo entrenador”, añade el entrenador Josep Gombau, al que su paso por el Barça le abrió las puertas de una aventura en Hong Kong antes de asentarse en Australia, con un paso intermedio por Nueva York. Miradas que han visto mundo pero que conservan en la retina tintes azul y grana.

¿Es exportable?

Fundidas las fronteras y con un fútbol cada vez más globalizado, más accesible a los ojos del mundo, la filosofía del Barça se ha convertido en un modelo de referencia para muchos y en una aspiración que despierta debates entre los que viven en primera persona el trámite de intentar trasladar estas ideas a contextos diferentes, de llevar el modelo de la Masia a culturas diferentes. “Por mi experiencia en Hong Kong y en Australia creo que se puede, pero necesitas tener una convicción muy fuerte”, argumenta Gombau. “Allí donde he ido siempre he visto que el primer año sufriremos, porque no es fácil interiorizar este juego y necesitas tiempo para ver que jugadores te sirven para implementarlo. Si el club está dispuesto a tener esa paciencia, fantástico, si no es imposible”. “Yo diría que querer aplicarlo de manera exacta es inviable, porque nunca tendrás estas condiciones. Pero lo que sí es cierto es que una vez vives lo que es el Barça no te vas a una manera de jugar opuesta. Lo que yo aprendí en el Club me ha servido mucho. Tienes que encontrar el proyecto que te permita ser fiel a estas ideas y al mismo tiempo aclimatarte”, puntualiza Lobera, que antes de dirigir en la India también lo hizo en Marruecos. “En determinados lugares es difícil convencer a la gente, especialmente cuando los resultados no te acompañan. Nosotros en el Swansea tuvimos la fortuna de que Roberto Martínez era una figura muy respetada por la afición y tuvieron paciencia, aceptaron pasar del 4-4-2 de juego directo británico al 4-3-3 e incluso acabaron llamándonos Swanselona. Pero sostener esta idea durante tantos años es muy difícil. Siempre aparece un momento en el que todo se rompe”, apunta Orlandi. “Esto es como el vino, es un proceso muy lento, de muchos años y en ningún lugar encontrarás la estructura social que hay en el Barça, donde cuando te apartas un poco de tu esencia saltan las alarmas. Y no sólo dentro del Club, sino también en la gente, en la calle. La ciudad ha aprendido a sentir esta manera de entender el juego”, concluye Capellas. “El Barça tiene una dinámica de tantos años, que es difícil de copiar”.

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