Hablamos de un momento histórico, sin duda entre los más importantes de la trayectoria vital azulgrana. Estamos en el domingo 14 de junio de 1925, día de la celebración de un partido amistoso en Les Corts entre el FC Barcelona, reciente campeón de España, y el CE Júpiter, un club de tradición catalanista y obrera que había ganado el Campeonato de España B. El partido era en homenaje al Orfeó Català por el éxito conseguido en su excursión artística a Roma. En el palco, junto al presidente barcelonista Joan Gamper, estaban presentes los dirigentes de la Lliga Regionalista de Catalunya Francesc Cambó y Joan Ventosa i Calvell.

Una época bastante complicada

Eran tiempos difíciles: desde septiembre de 1923, España vivía bajo una dictadura militar dirigida por el general Miguel Primo de Rivera. Desde entonces, había quedado proscrita cualquier simbología catalana, en aplicación obligada del dictatorial Real Decreto sobre Separatismo que prohibía la exhibición y uso público de la senyera y del catalán. Durante aquella época de falta de libertades políticas y de represión del catalanismo, el Barça fue para muchos aficionados el reducto de resistencia de las ideas políticas perseguidas por la dictadura. Las autoridades militares eran plenamente conscientes de ello y esperaban cualquier imprudencia por parte de la afición barcelonista para descargar todo el poder represivo del régimen contra el FC Barcelona.

Los hechos

Esa oportunidad para las autoridades llegó aquel infausto 14 de junio. Todo se desencadenó en el descanso del partido, cuando una gran parte de los 14.000 espectadores silbó y abucheó el himno español, interpretado por los marinos de un barco inglés anclado en el puerto de Barcelona. Los músicos no entendían nada y pensaban que el público los increpaba por tocar mal. Pero no era esa la verdadera causa, porque justo después de la Marcha Real, aquellos marineros tocaron el himno inglés y entonces la ovación del público de Les Corts al God Save the King fue unánime. Con la perspectiva que nos da el paso del tiempo, podemos concluir que, en realidad, fue un acto espontáneo de protesta contra la dictadura de Primo de Rivera, de puro anhelo democrático, más que una manifestación de rechazo al Estado español.

La represalia

Como respuesta fulminante, el 24 de junio el gobernador civil de Barcelona, Joaquín Milans del Bosch, decretó la suspensión durante medio año de toda actividad del FC Barcelona, “considerando (...) que en la citada sociedad hay individuos que comulgan con ideas contrarias al bien de la patria...”. Un día antes también había sido clausurado el Orfeó Català, mientras no manifestara su “palmaria manifestación de su adhesión a la unidad de la patria única e intangible”, aunque esta suspensión fue levantada el 13 de octubre.

A nivel individual, el chivo expiatorio fue Joan Gamper. El fundador y presidente del FC Barcelona se vio obligado a abandonar la presidencia del club para siempre y se exilió temporalmente en Suiza, iniciando así el desgraciado declive de su vida, complicado por depresiones y graves problemas económicos que lo llevarían al suicidio cinco años después. A Gamper, además, se le prohibió tener en el futuro cualquier vínculo con el FC Barcelona.

Nueve días antes de que se oficializara el castigo, el FC Barcelona había intentado inútilmente evitar una sanción que parecía cantada con una carta a Milans del Bosch. En la misiva, el club argumentaba: “[La junta directiva] Cree que sería una injusticia hacer responsable a nuestro club de cualquier acto que en su campo se realizara, si este tuviera lugar en condiciones de espectáculo público ya que, de ninguna manera, pueden tomarse como actos sociales aquellos en los que intervengan o puedan intervenir elementos ajenos que han pagado su entrada en taquilla”.

Un club paralizado y fuera de la ley

Todo fue inútil. Durante seis meses, el FC Barcelona vivió bajo la prohibición tajante de celebrar cualquier tipo de evento deportivo y con casi todas sus actividades institucionales paralizadas. En ese tiempo, cuando el club vivió en el limbo, el presidente accidental fue Joan Coma, después de que el secretario Pere Cusell rechazara el cargo. Durante ese medio año de sanción, las escasas reuniones de la junta directiva barcelonista fueron vigiladas por un delegado de la autoridad, presente en todas y cada una de ellas. Se convocó una reunión mensual, excepto en septiembre y octubre, en que no se celebró ninguna, y en diciembre, cuando se celebraron tres. Con el club completamente inactivo, no había ningún tema importante que tratar.

Inactivo y proscrito, porque el FC Barcelona prácticamente se convirtió en un club al margen de la ley, como lo demuestra una curiosa anécdota protagonizada el 3 de agosto por un sabadellense llamado Emili Bragulat, detenido por la policía bajo la acusación de pasear por la Rambla de Sabadell luciendo una insignia del Barça.

La solidaridad con el club

Otro club que no hubiera sido el Barça habría estado en peligro de desaparecer ante una medida como esta, pero el FC Barcelona ya era entonces una entidad fuerte y consolidada, con una afición fiel, por lo que pudo superar el golpe con facilidad. Los 10.000 socios continuaron pagando religiosamente su cuota y, de hecho, se produjeron menos bajas que en tiempos normales. Se dio el insólito caso de que muchos ciudadanos que no eran aficionados al fútbol hicieron donativos para ayudar económicamente al Club, como una muestra implícita de rechazo a la dictadura. Además, la Banca Jover abrió una cuenta de cinco mil pesetas a favor del Barça y ningún jugador barcelonista abandonó el equipo en aquellas circunstancias tan extremas.

El epílogo

El 17 de diciembre de 1925, una vez cumplida la sanción impuesta, el nuevo presidente del Fútbol Club Barcelona fue Arcadi Balaguer, aristócrata y amigo personal del rey Alfonso XIII. Con Balaguer al frente, en principio el Barça pasó a ser bien visto por las autoridades de la dictadura. Cinco días después, a las 14:15 horas, los jugadores del Barça pudieron realizar su primer entrenamiento en el estadio de Les Corts tras seis meses sin ejercitarse bajo la disciplina azulgrana.

Años más tarde, el ambiente de libertad y euforia popular que trajo la proclamación de la II República española hizo posible que el 21 de junio de 1931 el Barça pudiera organizar un nuevo homenaje al Orfeó Català. A diferencia de lo vivido en 1925, el clima político y social soplaba a favor de la iniciativa. Aquel día, en el descanso de un partido amistoso entre el FC Barcelona y el Zaragoza, se entregó un pergamino a los responsables del Orfeó y un lazo para embellecer la bandera. El texto —obra de los artistas y socios azulgranas Utrillo y Joan M. Guasch, maestro en Gai Saber y antiguo directivo barcelonista—, era el mismo que al final no se pudo ofrecer al Orfeó en aquella funesta tarde del 14 de junio de 1925:

“Hoy en Cataluña, el arte y el deporte son dos columnas gemelas que elevan al cielo la bandera invisible de la Patria. La nueva Patria se está forjando. Bajo el martillo del dolor la juventud chispea. Vosotros cantando y nosotros jugando, trabajamos día y noche por la gloria de una raza. Amigos del Orfeó, columna hermana: vuestro gran triunfo en Roma ondea sobre nuestra frente. Por la victoria de hoy, por la lucha de mañana, el FC Barcelona quiere vivir a vuestro lado.”

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